Hace tres días llegué a Buenos Aires, a la que fue mi casa por más de 10 años, y en cierta forma lo sigue siendo, porque mi cuarto está intacto y dejé un montón de ropa (de invierno, en su mayoría) en mi closet. Hoy el clima está frío y nublado, y me siento tan a gusto de estar en casa calentita, rodeada del amor de mis padres y el calor de mi hogar, de ver todos mis libros en los estantes donde los dejé, de probar la comida de invierno preparada por mi mamá, de compartir una copa de vino con ellos mientras almorzamos en el comedor de este departamento que una vez fue el hogar de los tres.
La comodidad que siento aquí.
He estado pensando mucho en la satisfacción de viajar y no decirle a nadie, no publicarlo en redes sociales, que nadie se entere dónde estoy, porque así puedo disfrutarlo más. Puedo saborear cada momento. Puedo enfocarme en vivir el presente, sin tanta necesidad de compartirlo. Cuando llegue el momento lo haré, y solo si me siento lista. Igual vivo documentando todo el proceso, ya sea en fotos o en palabras, porque así soy: coleccionista de momentos. Pero esa necesidad urgente de compartirlo y que todos se enteren se ha desvanecido por completo. Quizás porque lo leí en un libro hace poco, o porque lo he leído mucho últimamente por aquí en Substack, o quizás porque por fin he descubierto el significado del slow travel.
Me encanta este concepto porque mientras muchas personas viajan para hacer un turismo apurado, para conocer la mayor cantidad de cosas posibles en pocos días, siguiendo un ritmo demasiado rápido, yo he descubierto que los viajes no necesariamente tienen que ser eso. Por eso me identifico tanto con el concepto de slow travel, porque así son mis viajes últimamente. Porque si cuando estoy en casa paso corriendo de un lado a otro, en estrés constante, queriendo descansar, mi cuerpo y mente me piden espacio y tiempo cuando viajo: tiempo para no hacer nada, para descontracturar, para leer y escribir, para caminar sin ningún destino, sin ningún horario que cumplir, comer cuando tenga hambre y lo que me provoque, lo que nutra al corazón. Si, seguir trabajando pero a mi propio ritmo, que cada vez va más lento para emparejarse con mi estado de ánimo. Veamos qué pasa con mi creatividad en estos días.
Cuando vivía aquí siempre renegué del invierno, pero ahora me doy cuenta que el invierno es una oportunidad para evaluar, para hibernar, para mirar hacia adentro mientras estamos adentro.
Para saborear las mañanas lentas, entrando en calor poco a poco con mi café, escribiendo junto a la ventana pero bien abrigada porque entra el frío.
Para tomar sopas y comer platos hechos en casa, de esos que llenan el corazón tanto como la barriga. Para volver a disfrutar de mis comidas favoritas de esta ciudad.
Para recorrer las muchas cafeterías por conocer en mi barrio que no exigen nada de mi excepto tiempo y una buena conversación, o quizás un libro.
Para explorar librerías en busca de nuevos títulos para agregar a mi colección, y si son novelas, mejor.
Para desconectarme totalmente de redes sociales, porque después de todo no me interesa ver lo que están haciendo los demás en este momento, más que lo que estoy haciendo yo misma. Así baja la ansiedad.
Para re-conectar con amigos que tengo tiempo sin ver.
Dos semanas para semi-desaparecer. Para solo aparecer en los lugares donde quiero (como aquí).
Para descansar.
Para recargar.
Para volver a poner en orden mis prioridades.
Para cumplir años (el 1 de Julio).
Dos semanas para volver a casa.
Para llenar mi corazón de ese calor de hogar que tanto necesito para volver a salir al mundo.
Aquí estaré hasta nuevo aviso. Cambio y fuera.
-Adri
No se afanen por nada… sabias palabras de un maestro inigualable. Te las regalo. Disfruta de Todo y agradece❤️😘
Buena estancia en casa ✨🫂