Hace más de 8 años me convencí a mí misma que quería hacer un máster en publicidad. El curriculum de la universidad que elegí me parecía fascinante: tenía muchas clases de escritura, de fotografía, de edición de videos y de creatividad. Apliqué a distancia a este programa y fui seleccionada, algo que nunca había creído posible. Me costó mucho llegar ahí. Vivía en Buenos Aires y me fui a Miami a estudiar lo que pensé que era la carrera de mis sueños. Ya me había graduado de Comunicación en la universidad y llevaba un tiempo trabajando como fotógrafa. Sentí que la publicidad unía muchas de mis pasiones.
Luego de 5 meses, de disfrutar mucho las clases creativas pero dudando si realmente era para mi, tuve un accidente de tránsito de esos que te hacen dar vuelta en U en la vida. Ese accidente cambió muchas cosas en mi. No sé si fue el sentir que la vida es tan frágil y vulnerable que no quieres seguir perdiendo tiempo haciendo cosas que no te llenan, pero después de tenerlo decidí volver a mi vida en Buenos Aires, abandonar lo que tanto esfuerzo me había costado conseguir (mudarme a Estados Unidos temporalmente), y decidir que la publicidad ya no era lo que quería hacer con mi vida.
Ahora lo digo muy fácil, pero en ese momento, me costó muchísimo tomar la decisión de abandonar. Después de muchas lágrimas, conversaciones profundas y varias horas de terapia, volví a Buenos Aires a dedicarme de nuevo a la fotografía. Publicitaria, cabe recalcar.
Fast-forward a mi vida algunos años después y me vine a vivir a Ecuador, trabajé en agencias publicitarias y ahora mismo soy “mi propia agencia”, porque hago contenido y manejo cuentas de redes sociales, un trabajo que sé que amo-odio desde que decidí dejar ese máster en Miami.
Me he puesto a analizar mucho qué es lo que me hace ruido de la publicidad, y como, aunque es muy parecida al arte, definitivamente no es lo mismo. Tiene muchos aspectos en común, y quizás por eso mi confusión inicial. Muchos de estos aprendizajes los he ido integrando durante varios años, al trabajar con marcas que no resuenan conmigo y que van en contra de mis ideales, y aún así, tener que promocionarlas porque son las que me pagan el sueldo.
Puedo entender por qué me gustaban tanto las clases en esa escuela:
Aprendí a hacer collages y montajes en Photoshop.
Aprendí a diseñar libros y revistas en Indesign.
Aprendí a digitalizar diseños en Illustrator.
Aprendí a editar videos.
Aprendí a escribir creativamente.
Aprendí a identificar insights y a conceptualizar mis ideas.
Aprendí muchísimas herramientas que luego me ayudaron a desarrollar mi negocio propio.
Pero sin embargo, cuando conseguí mis primeros trabajos en publicidad, no me sentía llena. Había algo que siempre me faltaba.
Hoy en día, puedo reconocer que lo que realmente me apasiona no es la publicidad, es el arte. Tengo muchas pasiones, y gracias a que he dado rienda suelta a mi curiosidad he podido explorarlas [casi] todas.
Me he dado cuenta de la diferencia entre escribir para vender, y escribir para conectar o expresarme.
Me he dado cuenta de la diferencia entre tomar fotos publicitarias, y tomar fotos con alma.
Me he dado cuenta de la diferencia entre diseñar un post, y diseñar mi libro de mandalas.
Me he dado cuenta de la diferencia entre editar reels para clientes, y editar reels de mis viajes para mi cuenta personal.
Me he dado cuenta de la diferencia entre la publicidad y el arte.
Una me sostiene, pero no me llena. La otra me llena, pero no me sostiene.
Hace poco descubrí un libro, Your Brain on Art, que habla del efecto que tiene el arte en nuestro cerebro, desde un punto de vista neuro-científico. No lo he terminado de leer y ya lo recomiendo. La autora confirma que con ver o hacer arte aunque sea 15 minutos al día, cambias radicalmente tus patrones neuronales. Lo puse a prueba y me he puesto a colorear las mandalas de mi propio libro. Según la autora, colorear reduce la ansiedad, y tiene una respuesta fisiológica en el cerebro similar a la de la meditación: reduce el ruido de afuera y nos ayuda a concentrarnos. Y colorear mandalas, específicamente, te ayuda a “volver” a tu centro emocional. Fueron estudiadas incluso por Jung, quien descubrió el poder de las mandalas en la regulación emocional. Esto me impactó mucho cuando lo leí porque no esperaba encontrarme con información neuro-científica sobre mandalas. Hace 8 años, cuando creé mi libro, dibujé una a una las 45 mandalas, a mano, sin ayuda de regla ni compás, y fue una de las experiencias más satisfactorias de mi vida. Ahora por fin puedo entender por qué. Tiene una explicación científica.
Escribir, también es arte. Poner tus frustraciones y emociones en palabras ayuda a procesarlas mejor, y no lo digo yo: está científicamente comprobado. Escribir a mano, sobre todo, tiene un efecto calmante similar al de las mandalas. Científicamente, escribir te ayuda a sanar tus emociones. Qué increíble, ¿no? Tenemos a nuestra disposición tantas herramientas de regulación emocional y muchas veces las dejamos de lado porque pensamos que no son lo suficientemente importantes.
¿Qué tal si volvemos a ser niños y que colorear sea una de nuestras prioridades?
Mi meta para lo que queda de este año (y de esta vida) es incorporar cada vez más arte en mis días. Pintar con acuarelas, colorear mandalas, dibujarlas, tomar fotos por amor al arte, escribir, e incluso crear proyectos desde cero, son algunas de las cosas que me llenan el alma y el corazón. Volver a hacer las cosas que tanto disfrutaba hacer la Adri chiquita. Aunque en el resto del día tenga que dedicarse a la publicidad.
Más arte, por favor.
Con amor,
-Adri
El arte en todas sus formas, con su poder sanador ❤️
Siempre he pensado en la magia de que las cosas te lleguen cuando sean necesarias.
Justo lo que me ha pasado con esto.
Gracias ❤️