Ayer tuve mi primera clase de tenis. Algo que he querido hacer desde hace bastante tiempo pero no me había atrevido a comprometerme. Suelo ser muy disciplinada con mi actividad física, pero por alguna razón no terminaba de dar el primer paso.
No es la primera vez que recibo clases de tenis, tengo algo de noción y de vez en cuando juego con mi esposo. Me defiendo. Y mi profesor también me había dado un par de clases ocasionalmente. Jugar tenis es para mi ese momento en el que libero todas las tensiones y me desconecto del mundo real por una hora. Me encanta. Lo único importante cuando juego soy yo. Y la pelota.
Pero en esta clase no me fue muy bien. El profe, que ya me conoce, me preguntó por qué estaba tan ansiosa. Cada vez que la pelota venía a mi, me acercaba a atacarla antes de tiempo, sacrificando mi técnica y enviando la pelota a la red. Esto me pasó muchísimas veces durante la clase, y mientras más golpes fallaba, más crecía mi frustración.
Cuando finalizamos la clase, el profe me preguntó qué me pasaba. Le contesté que no dormí bien. Pasé toda la noche anterior despertándome, esperando que se vaya la luz.
Contexto: esta semana en Ecuador hemos estado sufriendo apagones programados (a veces no tan programados). Así que me han cortado el servicio eléctrico alrededor de 11 horas al día. No solo a mi, a todo el país. Estamos envueltos en una especie de ansiedad colectiva, porque los horarios no son muy convenientes, y Guayaquil es una ciudad muy calurosa. Agrégale a eso un sol potente en el día, cortes de agua también (porque funciona con electricidad), e incendios forestales a lo largo del país, y tienes la receta para desesperar a más de uno.
Sin duda lo que más ansiedad me genera no es el aire acondicionado, sino la falta de conexión a internet. Por alguna razón, en mi casa no hay mucha señal, así que no puedo depender del LTE de mi celular para hacer -casi- nada. Y cuando he intentado ir a cafeterías por la zona que tienen generador eléctrico, el wifi tampoco funciona. En resumen, he pasado varias horas al día desconectada y con mucha resistencia a estarlo.
Mi trabajo depende del internet: trabajo en redes sociales publicando y haciendo contenido para varias marcas. Así que esta semana he estado menos activa de lo que debería, y publicando a horas muy extrañas.
Me he visto forzada a parar. Y sintiéndome culpable por hacerlo. Cuando mi mente está acostumbrada a ir a mil por hora, y sentía que mi trabajo básicamente era mi vida, me di cuenta de algo: sin internet el tiempo pasa más lento. O por lo menos así se siente. Las tardes de 1 a 7 sin luz se hacen eternas, y cuánta resistencia he tenido a dejarlo ir y adaptar mi vida a esta ‘nueva realidad’, que no sabemos cuánto dure.
Siempre he sido una persona hiper-conectada. Crecí ‘chateando’ con mis amigos por MSN, poniendo letras de canciones en mis estados, y luego comunicándole al mundo lo que estaba haciendo, ya sea por Blackberry PIN, Myspace, Snapchat, Facebook, o ahora Instagram. Y ahora con wifi, pasamos conectados TODO el día. Tenemos la conexión en la palma de nuestras manos, y no vamos sin nuestro celular ni al baño. Hace poco leí un ensayo muy interesante sobre esto, está en inglés, pero la autora básicamente analiza como la tecnología nos obliga a estar disponibles y conectados 24/7. Esto tiene sus partes buenas, pero no me termino de convencer de que está bien. Si cuando me quitan el wifi me empiezo a comportar como un adicto en abstinencia, con una ansiedad y un apuro que no se para donde me lleva, con culpa por no estar 100% disponible para mis clientes o forzándome a estar ocupada todo el día, quizás es una señal de que algo no está del todo bien con mi relación con el internet. He tenido muchos momentos de frustración como cuando le quitas una tablet a un niño que está viendo Youtube Kids y se pone a llorar.
Yo suelo estar afuera bastante. Me gusta disfrutar el sol, salgo a caminar por mi urbanización varias veces a la semana, y llevo a mi perro al parque todos los días. Y lo cierto es que esta semana, nunca había visto el parque tan lleno, con tantos niños riéndose, tantos padres presentes, y tantas personas caminando con sus mascotas. Tantos momentos importantes sin internet. Luego vuelvo a casa alrededor de las 5:30 y me siento en mi terraza con un libro. (Estoy leyendo uno buenísimo sobre la longevidad). Mi perro me acompaña. Veo como han crecido mis plantas. Mi esposo llega del trabajo y nos ponemos a conversar sobre nuestro día, esperando que llegue la luz, en el patio porque adentro hay mucho calor y está oscuro, y afuera hay un viento delicioso y algunos rayitos que quedan de sol. Enraizados en el presente, sin apuro por ir a ningún lado.
Si, estamos viviendo una pausa forzosa. Pero en vez de estar preocupada porque no me puedo conectar, ¿no podría simplemente dejarlo ir? Disfrutar el momento que tengo sin internet. Quizás re-distribuir mi día para hacer todo lo que requiera una conexión en esas 4 horas, y el resto del día enfocarme simplemente en disfrutar el día. ¿Es tan loco pensarlo?
Quizás así debería vivir todos los días, SIEMPRE, y no solo en épocas de apagón. Cuando pasan estas cosas me pongo a pensar mucho en lo que realmente importa en la vida:
El tiempo.
Las personas que queremos.
Nuestras mascotas.
Poder salir a caminar.
Disfrutar de la brisa de la tarde.
Ver el atardecer todos los días.
Escribir a mano.
Leer un libro delicioso.
Una conversación con alguien sin ninguna pantalla de por medio.
Creo firmemente que esas deberían ser nuestras prioridades, y no las ficticias que el internet nos ha impuesto como sociedad.
Escribí este texto primero en mi cuaderno, esperando que llegue la luz para publicarlo. Empezó con mucha queja así que luego le di forma para publicarlo aquí en Substack, para invitarte a reflexionar sobre tu relación con el internet. Sé que yo he estado pensando mucho en la mía, y darse cuenta siempre es el primer paso para cualquier cambio. También sé que escribo esto desde el privilegio. Tengo muy presente que trabajar desde mi casa es un privilegio, así que lo escribo sabiendo que mi profesión no es algo de vida o muerte, como los médicos o los bomberos. Soy muy consciente de eso.
Algunos libros interesantes sobre el tema:
Con amor,
Adri
Soy venezolana y te entiendo perfectamente. Un abrazo. 🤗
Excelente escrito Adri y una vez más me siento plenamente identificada con lo que escribes porque vivo en Venezuela y los apagones son parte de nuestra cotidianidad, sea cual sea la época del año o el momento. Justamente ayer donde vivo cortaron el servicio eléctrico a las 3:00 am. Lo restablecieron a las 3:00 pm pero sin el 220 v que alimenta los aires acondicionados (vivo en una ciudad calurosa) por tanto sabía que en breve se volvería a ir la luz y así fue, y volvió pasadas las 6 de la tarde. Obviamente con tantas horas de apagón ya el ventilador recargable había dejado de funcionar al igual que el UPS que alimenta el router del wifi y la batería de mi celular.
Total, un día sin celular, sin internet y con calor, en el cual aproveché de ordenar un espacio de la casa que tenía pendiente desde hace mucho. Seguramente con electricidad y la distracción de internet y el celular no lo habría hecho. Así que si, plenamente de acuerdo contigo Adri, aprovechemos la falta de distracción.