Siempre me dijeron que de todas sus nietas, yo soy la que más se parece a ella. Me miro al espejo detenidamente por unos segundos, como tratando de encontrar el parecido. Lo puedo ver en mi color de pelo natural, castaño claro con ligeros reflejos rubios, en la forma de mis cejas que combinan con mi pelo, y en el color blanco de mi piel, casi lo suficientemente transparente para ver mis venas, pero ahora tostada por el sol. Físicamente en eso, y en un par de detalles más rebuscados, como lo escurridizas que son mis venas cuando me sacan sangre, y mi uréter doble por nacimiento, al igual que el de ella. La diferencia más evidente quizás son mis ojos marrones, que contrastan con el azul intenso de los suyos. Quizás, de todos mis abuelos, si es ella a la que más me parezco. Y ahora en este camino de crecimiento personal me he dado cuenta que quizás soy más parecida a ella de lo que creo en aspectos emocionales también.
A veces me pongo su anillo de compromiso, dorado con un pequeño diamante, una de las pocas cosas que heredé de ella y que guardo como mi tesoro más preciado. Le calza a mi dedo a la perfección, como si hubiese sido hecho a la medida para mi. Lo estoy usando en este mismo instante, porque me ayuda a ponerme en sus zapatos y pensar cómo fue la vida para ella, hace más de 60 años, cuando vivió experiencias parecidas a las mías pero a la vez tan diferentes.
Mi abuelita fue inmigrante, nacida y criada en España, y con toda su familia allá, conoció al amor de su vida, un médico muy guapo e inteligente, del cual se enamoró perdidamente y juntos fueron a vivir al país de él, Venezuela. 6 hijos y 17 nietos después, ya ninguno de los dos está en este plano físico, pero ella dejó de estar mentalmente por mucho tiempo incluso antes de morir, por culpa del Alzheimer, una enfermedad devastadora que la hizo perder toda su memoria y su personalidad desde que yo nací. Siempre romanticé la historia de mis abuelos como una película de amor y drama, y quizás al vivirla tan de cerca no me detuve a pensar un poco más allá. Quizás al ser tan pequeña no me detuve a pensar en ciertas cosas. Tuve yo que vivir la misma experiencia que ella, de comprometerme y casarme, e irme a vivir a otro país (el país de mi esposo), para entender un poco cómo pudo haber sido su historia. Para entender por qué soy como soy. Para entender algunos sentimientos que he encontrado en mi desde que me casé y me costaba poner en palabras. He ido atando cabos, uniendo anécdotas que he escuchado a lo largo de mi vida, y también he completado con mi imaginación algunas de las piezas que me faltaban. Y aunque todavía no sé con exactitud, y quizás nunca lo sepa, su historia me ha inspirado a vivir la mía de una manera diferente.
Quizás ella también extrañó su casa, su familia, su hogar y su zona de comfort. Quizás ella también tuvo el corazón dividido entre un lugar y otro, así como muchas otras personas que dejan su país de origen y todo lo que conocen en nombre del amor, o de otras circunstancias aún peores. Quizás su miedo más grande era el miedo a quedarse sola, a dejar de ver a los suyos y no supo qué hacer con ese dolor. Quizás lloraba en silencio y nunca se atrevió a decirlo en voz alta, y luego fue muy tarde, porque su cuerpo se aseguró de que nunca más pudiera hablar ni expresar. Su enfermedad la calló para siempre. Ella solo quería olvidar. Quizás ese fue su mecanismo de defensa para evitar todo el dolor que había sentido en su vida. Olvidar.
¿Es posible que, de todos sus 17 nietos, haya sido yo la única que haya heredado esta curiosidad tan intensa? ¿Por qué hoy, a mis 31 años de vida, estoy pensando tanto en esto? ¿Por qué ahora?
Siempre dije que quería escribir un libro sobre la historia de mis abuelos, que me parecía tan hermosa y trágica a la vez. Hoy me doy cuenta que la historia de ellos es parte de mi propia historia. Que para poder florecer, tengo que conocer mis raíces. Los frutos y las flores no aparecen de la nada. Por lo general salen de un árbol, y este árbol tampoco aparece mágicamente. Toma años y años en crecer porque salió de una pequeña semilla. Las semillas no se siembran solas: alguien tiene que ponerlas en la tierra fértil para que empiecen a propagar sus raíces.
Siempre me imaginé escribiendo sobre ellos como un sueño muy lejano, algo que iba a hacer “algún día”. Y quizás ese día ya llegó. No tengo muy claro cómo lo voy a hacer, pero sé que necesito hacerlo para honrar su historia. Para que permanezca y no se olvide en el tiempo. Para que algún día mis hijos y nietos la lean y sepan cómo fue la vida de sus bisabuelos o tatarabuelos. Para que ellos también conozcan sus raíces. Pienso mucho en esto cada vez que escribo en mi journal, pienso en la historia que quiero que lean mis descendientes. Y cuando a veces escribo cosas muy vulnerables y tristes, por más de que quisiera esconderlas para ahorrarles el sufrimiento, entiendo que la vida es así. Tiene sus partes buenas y sus partes malas, sus días buenos y sus días malos. Experiencias que sirven para aprender y otras que sirven para brillar, pero cada una forma parte de la historia de nuestra vida.
Tal vez el verdadero tesoro no está en las joyas y los anillos de compromiso que heredamos de nuestros abuelos, está justamente ahí, en la historia. Y algún día, cuando estemos todos reunidos allá en los reinos del Creador, lo primero que haré es pedirle a mis abuelos que me cuenten su historia con lujo de detalles, y me sentaré como niña chiquita a escuchar detenidamente, y a contrastar con la que tenía en mi imaginación. Mientras tanto, y en esta superficie, haré lo mejor que pueda por honrarla, tratar de ponerla en palabras, y atreverme a decir lo que mi abuelita nunca pudo. Atreverme a compartir el don que mi abuelo insistía en que comparta con el mundo. Atreverme a encontrar mi voz y no dejar que nada la calle. Atreverme a escribir y contar su historia, mi historia, sin dejar escapar ningún aprendizaje que me tenga la vida.
-A
Llevamos a los ancestros mucho más dentro de lo que pensamos, esas historias están en nuestro interior, en nuestras células. Comportamientos que no nos explicamos, repeticiones, enfermedades incluso... Esta búsqueda en lo profundo, hacia las raíces, seguro que te va a ayudar a encontrarte también contigo misma, y es algo precioso <3
Que hermoso escrito. Me emocionaste mucho! Te debo las anécdotas para el libro !!! Gracias por este preámbulo !