Ir a Lake Louise siempre fue uno de mis sueños. Miles de veces vi fotos en Instagram y las guardé en mi carpeta de “Lugares a los que quiero ir”. Sin embargo, nunca fue uno de esos lugares que puse muy arriba en mi lista de prioridades. Hasta el año pasado, que mi prima se mudó a Calgary y se casó con un canadiense. Ahí tuve la excusa perfecta para ir a Canadá, más específicamente a Banff y a cumplir mi sueño de conocer el famoso lago de aguas turquesas rodeado de glaciares y montañas. Así que tuve la oportunidad de ir a finales de Agosto pasado, justo antes de la boda, con dos de mis primos y mis tíos.
El paisaje fue lo que esperaba y mucho más. Llegamos a las 7 de la mañana para encontrar parqueo y, aunque estaba un poco nublado, ver el color de ese lago por primera vez fue algo impactante. Hacía un poco de frío para ser el final del verano, aunque supongo que siempre es así por allá en esas tierras. Yo vivo felizmente en mi calor tropical, así que cualquier cosa por debajo de los 20 grados ya es frío para mi. Después de mucho investigar, y de pedir recomendaciones a los locales (mi prima y su esposo), nos enteramos que Lake Louise es mucho más que solo un punto turístico para tomarse fotos con el paisaje. Este lago, que es de aguas provenientes de los glaciares que tiene alrededor, queda en la base de unas montañas donde hay varios trails para hacer hiking, y que además son muy populares. Lo primero que me sorprendió es la cantidad de opciones y de caminos que hay, para todas las edades y de todas las dificultades. Está muy bien organizado. Con mis primos decidimos hacer 2 hikes: la primera parada era a Lake Agnes y de ahí decidiríamos si ir al Little Beehive o al Big Beehive.
Los primeros minutos de camino son alucinantes: entras en un bosque con olor a mi vela favorita de pinos de Bath&BodyWorks, a tu izquierda tienes este lago impresionante que destaca por su color, a la derecha tienes montañas, pero no ves mucho más allá, entonces no sabes muy bien qué es lo que te espera. Es en subida, así que tienes que estar moderadamente en forma para ir a un buen ritmo. Yo me considero una persona relativamente atlética, y sin embargo, los primeros 20 minutos de subida fueron duros. Me dio frío, me dio calor, mi respiración estaba bastante agitada y empecé a pensar:
“¿Será que esto es para mi?”
“Quizás debí haberme quedado abajo.”
“No sé si soy capaz de llegar arriba.”
Sin embargo, lo más importante cuando estos pensamientos empiezan a aparecer, es ignorarlos, y seguir. Parar a descansar por unos segundos es necesario y recomendable, pero no mucho tiempo porque te enfrías. Lo más importante es tener en tu cabeza bien clara la meta: “Lake Agnes”.
Llegamos a la primera parada, Mirror Lake, con una impresionante vista a una montaña que parece un panal de abejas (de ahí el nombre Big Beehive). Este fue el momento perfecto para comer un snack y seguir. Aprovechar la energía que te impulsa para seguir y todas las endorfinas revoloteando por tu cuerpo.
Después de unos minutos más, en una subida un poco más intensa, por fin llegamos a Lake Agnes, y me asombré con la cantidad de gente que ya estaba aquí a las 9am. Acá arriba está el Lake Agnes Tea House, una pequeña cabaña en donde sirven café, té, chocolate caliente y snacks. La fila es interminable. Sin embargo, decidimos hacerla para reponer energías para seguir, porque acá llegó el momento de decidir si nos íbamos por el camino más corto y fácil, o si por el contrario tomaríamos el más difícil pero con la mejor vista. Mis primos estaban bastante decididos. Yo, todavía no. Después de un chocolate caliente que sabía a gloria, y de sentirme completamente incapaz de seguir subiendo, mis primos decidieron por mi, y prácticamente me obligaron a ir con ellos por el camino más difícil. Mis tíos se fueron al más corto.
Emprendimos el camino y un paisaje alucinante me recibió: un lago rodeado de miles de piedras que van aumentando en tamaño hasta formar el inicio de las Rocky Mountains. Sentí mucho miedo, al ver desde abajo el camino que iba a seguir. Más de una vez pensé en darme la vuelta e irme. Sin embargo, el apoyo de mis primos fue esencial en esta aventura. Ellos creían en mí, y me lo dijeron. Quizás sin haber escuchado eso no hubiera podido hacerlo.
La subida estuvo fuerte. Era bastante empinada. Mirar hacia abajo me daba vértigo. Mirar hacia atrás, tentador. Mi corazón latía a millón, y mi respiración entrecortada no me dejaba ni hablar. Paraba cada 5 minutos con la excusa de “tomar fotos del paisaje”, sin embargo era más para recuperar el aliento.
“Quizás no estoy en tan buena forma como pensaba”.
Dividimos el trayecto en varias partes. La ruta era un zig-zag que parecía corto, así que lo recorrí mientras me decía a mi misma que nos faltaba solo una recta más. Cuando pensé que ya no podía más y mis piernas estaban a punto de colapsar, dividí cada recta en pequeños pasos. Uno por uno. Un pie adelante, luego el otro. Paso a paso. Poco a poco. Sin apuro.
Así mantuve a mi mente entretenida.
Hasta que la subida se convirtió en planicie. Recuperamos el aliento y empezamos a andar, buscando el primer espacio para ver el paisaje que nos prometieron sería espectacular. Y cuando lo vi, mi mente estalló en miles de colores, luces, estrellas fugaces y fuegos artificiales. No pude parar de sonreír. La dopamina invadió mi cuerpo. Sentí esa satisfacción de haber logrado algo que hacía una hora me parecía imposible. Fue un momento mágico, hermoso y revelador.
Aprendí varias cosas de este camino:
La vida, y las subidas, son procesos. Que si nos enfocamos solamente en la montaña que tenemos arriba la vamos a ver imposible de alcanzar. Sin embargo, si vamos paso a paso, día a día, poniendo un pie adelante del otro y no mirando tanto alrededor más que para admirar el paisaje, va a llegar un momento en el que la subida se convierte en planicie, y vas a haber pasado lo que fue “lo peor” en su momento. Todo pasa. Poco a poco.
La importancia de rodearnos de las personas correctas. Si mis primos hubieran sido otro tipo de personas, no les hubiera importado si yo subía con ellos o no. Pero ellos creyeron en mí y me lo dijeron. Sin su apoyo y sus constantes palabras de aliento, probablemente yo no hubiera subido. Me hubiera perdido de una de las mejores vistas de mi vida. Además, me llevaron mi cámara pesadísima en sus mochilas durante todo el trayecto sin quejarse. ¡GRACIAS! Nunca subestimes el poder que tienen tus palabras para influir en otras personas. Sé esa persona que anima a los demás, que los ayuda como puede y que los motiva e impulsa a seguir sus sueños, incluso cuando no creen ni en ellos mismos.
No creas todo lo que piensas. Si le hubiera hecho caso a mis pensamientos, me hubiera dado la vuelta en los primeros 5 minutos. La disciplina y la constancia me mantuvieron ahí, caminando. A veces hay que “apagar la mente” un rato y seguir haciendo lo que estás haciendo. Me he dado cuenta que el ejercicio me ayuda un montón a reducir estos pensamientos limitantes. Ponerse en movimiento hace que los pensamientos fluyan y no se queden ahí atascados. Luego vienen los happy chemicals, que la mayoría de las veces terminan de desintegrar esos pensamientos por completo.
No te olvides de admirar el paisaje. Y tomar fotos en el camino. Disfrutar, básicamente. Vivir el momento al máximo, aunque suene cliché. Desde arriba, la vista es hermosa.
Siempre hay un motivo para volver.
La última lección viene con la última parte de esta historia. Después de descansar y admirar el paisaje por 45 minutos, decidimos volver. Teníamos dos opciones: ir por el mismo camino por el que vinimos, el más corto, o ir por un camino desconocido y más largo.
¿Adivinas por cuál nos fuimos?
Por el segundo, obviamente. Ya que estábamos ahí queríamos vivir la experiencia completa. Y así fue como conocimos el trail llamado ‘el Plano de los Seis Glaciares’, porque si lo haces completo, puedes ver todos los 6 glaciares que desembocan en este pequeño lago llamado Lake Louise. Este camino es mucho más largo que el tramo que recorrimos (continúa mucho más allá). Sin embargo, la bajada, aunque dura para las rodillas, la hicimos rodeados de un bosque, lleno de flores, con montañas increíbles de fondo, una lluvia que nos refrescó y la satisfacción de haber conocido otra parte menos transitada del parque nacional, solo porque nos arriesgamos a tomar ese nuevo camino.
Y esta resultó ser una de mis partes favoritas. Ante la majestuosidad de esos glaciares, me quedé con las ganas de recorrerlo todo. Cuando voy a un lugar y me gusta mucho, siempre digo que dejo una razón para volver. El Plain of Six Glaciers es la mía.
Está demás decir que me enamoré de este destino. Me encanta viajar y me di cuenta que casi nunca escribo sobre mis viajes (aunque si tomo muchas fotos y hago muchos Tiktoks sobre ellos). Una de mis metas de este año es tratar de incorporar más historias como esta en mis escritos. Cuéntame si la disfrutaste y si tienes alguna pregunta, aquí estoy para responderla.
PS: Lake Louise me gustó tanto que volví dos días después, con mi hermana, y tuve la oportunidad de ver el lago en un día soleado. Aunque no hicimos el hike por cuestiones de tiempo (y de físico), 100% valió la pena volver.
Con amor,
-Adri
Me encanta la forma que narraste esa subida… me pude imaginar muy bien cada momento! Gracias por compartir tu experiencia. Las fotos son espectaculares!!! Excelente viaje!!!
Lindas fotos.. excelente lugar para hacer geologia. Tu reseña del sitio es muy fresca y amena ⚒️🏔️