Hace 4 años y medio tomé la decisión de adoptar un perro. Tenía un año viviendo sola en un nuevo país, y siempre estuve acostumbrada a tener en casa a mi pequeña Pufi María, una poodle blanca con alma de gato. Mi Pufi, que fue mi mascota desde que tenía 11 años hasta aproximadamente los 25, se fue al cielo de los perritos unos meses después de yo irme de casa, y me dejó un vacío muy grande, que yo sabía solo podía ser llenado con otro animal de compañía. Así fue como encontré a Taquito. Empecé a buscar en páginas de adopción locales y me enamoré de una cachorrita blanca que incluso fue a mi casa a conocerme. Yo estaba convencida de querer adoptarla, pero al final se la dieron a otra familia que había aplicado antes que yo. Luego, encontraron para mi otro cachorro recién nacido, pero justo antes de poder entregármelo, lo atropelló un carro. Lloré por días, pensando en este perrito que aún no conocía pero que podía haber sido mi mejor amigo. Me pregunté una y otra vez si realmente adoptar era para mi. Estaba siendo más complicado de lo que parecía.
Unos días después, la chica de la fundación me preguntó si estaría abierta a adoptar un perro adulto y macho. Yo estaba un poco negada a tener un macho porque tenía la idea de que a cada rato alzaban la pata para marcar territorio en todos lados. Además, no me convencía adoptar un perro adulto que probablemente venía con enfermedades, traumas, y problemas de conducta. Sin embargo, accedí a coordinar una visita y al día siguiente, trajeron a Cipriano a mi casa.
Y así empezó nuestra historia. Fue amor a primera vista. No sé muy bien cómo explicarlo, pero algo maravilloso sucede cuando adoptas un perro. Es como que tu alma lo elige. Inmediatamente después de que llegó me sorprendió lo diferente que estaba a la foto que me habían enviado. Parecía un osito de peluche, y tenía bastante parecido a Pufi, mi perrita de toda la vida. Apenas él llegó, se acostó explayado en el piso frío como diciendo ‘yo aquí me quedo’. Y en el momento en que lo cargué, me abrazó, y supe que era él. Me olvidé de todos mis prejuicios y le dije a la chica ‘es él.’ ‘¿Te lo puedes quedar ahora mismo?’ Me respondió. Sin saber muy bien cómo ni por qué, accedí. Me tomaron la foto y me dejaron con mi nuevo compañero de cuatro patas. Taquito Cipriano: así lo bauticé.
Enseguida llamé a mi novio para que me acompañe a comprarle sus cosas: no tenía en ese momento ni una correa para pasearlo ni un plato para darle agua. Improvisé con lo que pude y fuimos a una veterinaria cercana a comprar todo lo esencial. Vivimos una semana de adaptación a nuestra nueva rutina, y días después, entramos en pandemia mundial. Esto fue en marzo del 2020.
Poco a poco me fui dando cuenta de todos los ‘traumas’ de mi nuevo perro. En su ‘vida’ pasada había sido MUY maltratado, y esto hacía que de vez en cuando actuara con agresividad hacia otras personas. Además, los primeros meses de su “nueva vida” pasó prácticamente encerrado en un departamento conmigo y mi novio, así que se hizo muy sobre-protector y celoso, empeñado en cuidarnos a nosotros dos a toda costa. Sin embargo, con nosotros siempre fue un amor. Además, tenía latente la enfermedad de la garrapata, y la tráquea resentida por haber sufrido de tos de perrera anteriormente.
Pero poco a poco, Taquito empezó a cambiar. Su pelaje cada vez más blanco. Su carácter más dócil (aunque de vez en cuando a veces se le sale lo bravo). Juntos hemos pasado muchísimas cosas. Hemos ido a la playa, viajado en avión, tomado clases de entrenamiento, caminado miles de kilómetros, le he presentado a mis personas favoritas (y a algunas las ha mordido), ha sido mi compañero de vida. Ha estado presente en mis momentos más felices, y se ha ocupado de lamer mis lágrimas cuando estoy triste. Todo un apoyo emocional.
También hemos vivido varios momentos no tan dulces. Adoptar un perro adulto conlleva mucha responsabilidad. Él, a pesar de haber sido callejero, es bastante sensible y se enferma con facilidad. Le ha pasado de todo, yo siempre digo que es un guerrero. A principios de este año le diagnosticaron una enfermedad llamada síndrome de Cushing, que se caracteriza por tener niveles altísimos de cortisol que le provocan muchos síntomas desagradables. La detectamos a tiempo y sus síntomas han mejorado mucho, pero lamentablemente no tiene cura. Va a tener que tomar una pastilla por el resto de su vida.
Sin embargo, yo le prometí cuidarlo y darle la mejor vida posible hasta su último día, y me he sorprendido de ver cómo ha mejorado poco a poco.
Hace unos días viví el susto más grande de mi vida. Taquito se atoró mientras comía. Me di cuenta inmediatamente, porque empezó a perder el conocimiento. Inmediatamente salió mi instinto de madre perruna y le abrí la boca con las manos para sacarle la comida que tenía atorada en la garganta. Le hice un montón de maniobras y sin embargo, parecía que igual no podía respirar.
Por un momento pensé que lo perdía. Fue el momento más desesperante de mi vida. Cuando casi me di por vencido, miré hacia arriba y empecé a GRITARLE a Dios. Le pedí que por favor no lo deje morir así, mientras yo lloraba y él luchaba por volver a respirar.
De un momento a otro, en lo que pareció un instante eterno, le volvió el color normal y empezó a respirar y toser muy despacito. Suspiré de alivio.
Fue un milagro. El milagro del amor incondicional.
Después de llevarlo al veterinario y de hacerle miles de exámenes nos enteramos que tenía neumonía. Pero ya han pasado 4 días de eso y él cada día está mejor. Ya salió de estar hospitalizado y está en casa conmigo nuevamente.
Aunque todo volvió a ser como antes, algo en mi cambió. Las cosas que antes daba por sentado ahora las miro con otros ojos. Cada momento con él ahora es extra-especial. Se siente como un regalo de Dios para nosotros: más tiempo juntos acá en la Tierra.
¿Qué pasaría si viviéramos todos los días así? Llenos de agradecimiento, apreciando hasta los más pequeños momentos y las cosas que parecen mundanas, pero que en realidad, son las que componen nuestra vida y la llenan de mil colores. ¿Realmente tenemos que esperar que algo malo pase para que empecemos a apreciar lo que tenemos alrededor? O peor aún, ¿tenemos tanto miedo de que algo malo pase que no nos arriesgamos a amar con todo nuestro corazón? No solo con nuestras mascotas, sino con las personas más importantes en nuestra vida. Muchas personas cercanas a mi me han dicho que han dejado de tener perros porque no quieren que otra mascota les rompa el corazón al irse, pero entonces me pregunto, ¿cuál es el sentido de todo esto? ¿Cuidar tu corazón pero privarte de vivir un amor incondicional que te hace muy feliz? ¿Qué es peor?
Por otro lado, estos últimos días pude sentir a Dios tan presente en mi vida. Desde el momento en que pasó todo, hasta los días que encontré consuelo hablándole -y llorándole- y escribiéndole mil cartas mientras no sabía qué iba a pasar con mi perro, y mi mente pensaba lo peor. Ha sido una prueba de fe en mi vida. Hoy acepto con paz que cada nuevo día con él es un regalo. Como decía mi abuelito: Dios le renovó el contrato.
Esta semana no pude escribir sobre otra cosa que no sea esto, porque es lo que ha estado ocupando mis pensamientos al 1000%. Espero que algún día puedas experimentar ese tipo de amor incondicional. Y si tienes la oportunidad de adoptar una mascota, házlo. Te cambiará la vida tanto como lo que tú podrías cambiar la de él/ella.
Con amor,
Adri
Que historia mas inspiradora. Taquito es un sobreviviente! Definitivamente es una muestra del amor de Dios, el rescate de un perrito maravilloso y las cosas que pasaron para que se unieran sus caminos. Siempre he pensado que se van muy pronto pero nos dejan una huella de amor dificil de olvidar ❤️Bravo Taquito! Sigue luchando! Gracias por quererlo y cuidarlo tan bien 👍
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